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La imagen del León y el Cordero que encontramos en Apocalipsis 5:5-6 es uno de los retratos más poderosos y reveladores de toda la Escritura. Juan, angustiado porque nadie podía abrir el rollo, escucha una voz que le dice: 'He aquí, el León de la tribu de Judá, la raíz de David, ha vencido para abrir el libro y desatar sus siete sellos'. Sin embargo, al mirar, no ve un león rugiente en actitud de guerra, sino un Cordero como inmolado, que lleva en su cuerpo las marcas del sacrificio. Como Cordero, Jesús vino a cumplir el propósito de redención. En su encarnación se despojó de su gloria, tomando forma de siervo y ofreciéndose como sacrificio perfecto y suficiente para expiar el pecado del mundo. En la cruz, la mansedumbre y el amor alcanzaron su máxima expresión. Él no luchó con armas humanas, sino con el power de la obediencia y la entrega voluntaria. 'He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo' (Juan 1:29) resume la esencia de esta misión: reconciliar al hombre con Dios mediante su propia sangre.
Como León de la tribu de Judá, Cristo es el Rey que ha vencido. Su resurrección marca la derrota definitiva del pecado, de la muerte y de Satanás. Su visión es establecer un Reino eterno de justicia, paz y gloria donde todas las cosas serán restauradas. El rugido del León anuncia victoria, autoridad y dominio absoluto sobre toda la creación. 'El Señor reinará para siempre' (Éxodo 15:18) es la proclamación de esta visión que trasciende la historia y asegura un futuro glorioso. Separados, el León y el Cordero mostrarían solo una parte de Cristo; juntos revelan la plenitud de su carácter y obra. La misión (redimir) y la visión (restaurar y reinar) son inseparables. No hay victoria sin sacrificio, y no hay sacrificio sin la certeza de la victoria. En la eternidad, el Cordero que fue inmolado seguirá recibiendo adoración, y el León reinará con poder, y ambos títulos se referirán a una misma Persona: Jesucristo. La unión del León y el Cordero también apunta a la esperanza final: un Reino donde la justicia y la paz se abrazan, donde la fuerza y la mansedumbre coexisten, y donde el mal será eliminado para siempre. Isaías 11:6 lo anticipa poéticamente: 'Morará el lobo con el cordero, y el leopardo con el cabrito se acostará'. Es la imagen de un mundo completamente reconciliado bajo el señorío de Cristo. Contemplar al León y el Cordero nos desafía a vivir reflejando ambas facetas: como corderos, siendo humildes, compasivos y dispuestos a servir; como leones, firmes en la fe, valientes en la verdad y perseverantes en la lucha contra el pecado. Nuestra vida debe encarnar esta paradoja divina: mansedumbre con firmeza, amor con autoridad, servicio con liderazgo. Así, participamos en la misión de Cristo y caminamos hacia la visión de su Reino eterno.
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